Educar a nuestros hijos para que aprendan a dar valor a algunas conductas y comportamientos les ayudará a convivir de mejor manera y a sentirse bien en el ambiente en que se encuentren.

Los cuentos infantiles son una buena manera de inculcar a nuestros hijos estos valores. Los cuentos cortos para leer a los niños con valores como la amistad, la comprensión, la tolerancia, la paciencia, la solidaridad y el respeto, son esenciales para un sano desarrollo de los niños.

Un niño que conoce el límite del otro, podrá vivir una vida sana y saludable, sea en su entorno familiar o escolar. Un niño que sabe respetar a los demás, será más fácilmente respetado, y así con todo.

lunes, 21 de octubre de 2013

       Laura cambia de ciudad

       Educar en la diversidad 

Las vacaciones se terminaron y Laura estaba triste. De nuevo tenía que ir al colegio y no estaba entusiasmada con la idea. Y es que a su padre lo habían ascendido a director de una sucursal bancaria y por ello tuvieron que mudarse de ciudad. Ella quería volver al colegio de siempre donde tenía muchos amigos.

Tan sólo le faltaba un mes para cumplir los cinco años y pensaba que en su fiesta no tendría ningún amigo. Sin embargo, en presencia de sus padres disimulaba, sus papás andaban muy ilusionados con la casa que habían adquirido y ella no quería "aguarles" la fiesta. De camino para el colegio, siempre de la mano de su mamá, iba pensando en su maetra Cristina y lo bien que se la pasaba con ella ¡Desde luego, ya no sería lo mismo!
Laura se va de viaje
La madre la condujo hasta la puerta de la clase cuando, ¡Qué sorpresa! ¿Cristina estaba allí? ¿Estaba soñando? Pronto se aclaró el equívoco. La maestra se llamaba Rosa y era hermana gemela de Cristina. En la clase había veinte niños y estaban sentados por grupos de siete. Laura se sentó en el grupo donde había seis.
En dicho grupo estaba sentada María, que era hija de su maestra y que casualmente vivía en su misma urbanización. Ricardo y Jaime eran dos niños muy divertidos y habladores. Estaba también Carmen, una niña de etnia gitana de ojos grande y tez morena, pero la que más le llamó la atención era una niña de rasgos distintos de los de todos.

Cuentos para niños

Era china y sus padres acababan de instalar un bazar frente al colegio, por lo que llevaba poco tiempo residiendo en la ciudad. Se llamaba Yenay y todavía no sabía hablar español. Laura, desde el primer momento, conectó con Yenay y se entendían perfectamente sin palabras. Había pasado un mes y Laura ya estaba mucho más alegre.
Jugaba constantemente en el recreo con los niños de su grupo y además se había propuesto enseñarle su lengua a Yenay. Sus papás le había preparado una fiesta de cumpleaños a la que habían acudido todos los niños sin faltar ninguno de los de su grupo.
También acudieron a dicha fiesta amiguitos antiguos, ya que la distancia entre las dos ciudades era de apenas veinte kilómetros. Laura disfrutó muchísimo. Se había dado cuenta de que seguía teniendo los amigos de siempre y había conseguido otros nuevos con los que compartiría todos sus juegos.
FIN
Cuento de Antoñita Valle Rodríguez (España)

              El burrito albino

Una historia que habla del respeto a las diferencias 


Gaspar era un burrito muy simpático y divertido. No le temía a nada ni a nadie. Tenía un carácter jovial, alegre, era especial, diferente a los demás burritos.

Por ser diferente todos los animales lo miraban con desconfianza, y hasta con temor. ¿Por qué era diferente? Cuando nació era totalmente de color blanco; sus cejas, sus ojos, sus uñas, el pelaje, el hocico, todo era blanco. Hasta su mamá se sorprendió al verlo.
Burrito albino

El respeto a la diversidad

Gaspar tenía dos hermanos que eran de color marrón, como todos lo burritos. Su familia a pesar de todo, lo aceptó tal cual era. Gaspar era un burrito albino. A medida que fue creciendo, él se daba cuenta que no era como los demás burros que conocía. Entonces le preguntaba a su mamá por qué había nacido de ese color. Su mamá le explicaba que el color no hace mejor ni peor a los seres, por ello no debía sentirse preocupado.
- Todos somos diferentes, tenemos distintos colores, tamaños, formas, pero no olvides, Gaspar, que lo mas importante es lo que guardamos dentro de nuestro corazón, le dijo su mamá.
Con estas palabras, Gaspar se sintió más tranquilo y feliz. Demostraba a cada instante lo bondadoso que era. Amaba trotar alegremente entre flores, riendo y cantando. Las margaritas al verlo pasar decían:
- ¡Parece una nube que se cayó del cielo, o mejor un copo de nieve cayendo sobre el pastizal, o una bola de algodón gigante!
Las rosas, por su lado opinaban:
- ¡es la luna nueva que cayó a la tierra y no sabe volver!
Cuando Gaspar salía de paseo por los montes, las mariposas salían a su encuentro, revoloteando a su alrededor, cual ronda de niños en el jardín; los gorriones, lo seguían entonando su glorioso canto. Gaspar se sentía libre y no le importaba que algunos animales se burlaran de él. De repente llegó a un arroyo y mientras bebía agua, los sapos lo observaban con detenimiento y curiosidad y se preguntaban:
- ¿Y este de donde salió?, ¿Será contagioso, un burro color blanco?, ¿o será una oveja disfrazada de burro?
Siguió su paseo, y en el camino se encontró con un zorro que le dijo:
- Burro, que pálido eres, deberías tomar sol para mejorar tu aspecto.
- Yo tomo luna, por eso soy blanco, me lo dijo un cisne que nadaba en la laguna, respondió el burrito inocentemente.
- ¡Qué tonto eres! Jajaja, eso de tomar luna, es muy chistoso, jajaja, se burlaba el astuto zorro.
Gaspar no entendía donde estaba el chiste, porque él se creyó eso de tomar luna. Siguió su camino, pensando en lo que le había dicho el zorro. Entonces decidió recostarse sobre la fresca hierba bajo el intenso sol de verano. Transcurrieron unas horas en las cuales, Gaspar, se había quedado dormido.
Después de un rato se despertó, tan agobiado y muerto de calor que corrió a refrescarse en la laguna. Cuando salió del agua, observó su imagen reflejada en ella y una triste realidad, su pelaje seguía blanco como siempre. El cisne lo había engañado. Los cisnes que lo miraban se reían de él.
- Que tonto eres, ¿crees que poniéndose al sol su pelaje cambiará de color?, se burlaban.
Gaspar siguió su camino, y de repente encontró frente a sus ojos, un paisaje muy bello que lo dejó atónito. Se encontró en su lugar, su mundo. Todo era blanco, como él. Se metió más y más, y empezó a reír y reír. Estaba rodeado de jazmines, por acá, por allá, más acá, mas allá, todo blanco y con un aroma embriagador.
- Gaspar, ¿Qué vienes a hacer por aquí?, le preguntaron los jazmines.
- Aparecí de casualidad, no conocía este sitio, le contestó Gaspar.
- Cuando te vimos de lejos supimos que eras vos. Oímos hablar de vos, los gorriones y las mariposas nos contaron tu historia. No debes sentirte triste por tu aspecto, míranos a nosotros, deberíamos sentirnos igual, y sin embargo tenemos algo que nos identifica, que no se ve pero se siente, es el hermoso perfume que emanamos, que es único y hace que todos los días nos visiten cientos de mariposas y pájaros, tan bellos como nunca vimos.
Comparten todo el día con nosotros y no les importa si somos blancos o de otro color. Tú también tienes algo que es más importante que tu color, que se percibe. Es tu frescura, tu bondad y alegría. Cualidades que hacen que tengas muchos amigos verdaderos. Debes aceptarte tal cual eres, para que te acepten los demás, le animaron los jazmines.
Gaspar, recordó las palabras de su mamá. Desde ese día se aceptó como era, y cosechó muchos más amigos que no lo miraban por su aspecto, sino por lo que guardaba en su gran corazón.
FIN
(Este cuento nos ha sido enviado por Claudia Mariel Corallini - Argentina)

     La desobediente tortuguita Ruby

          Qué puede pasar a alguien por ser desobediente 

Era una vez una tortuguita que se llamaba Ruby y que vivía con su mamá y sus dos hermanitas tortugas. Un día, la mamá le dijo a Ruby que cuidara de sus hermanitas porque ella iba al campo en busca de unas hojas frescas para comer.
Ruby le contestó que sí, que ella cuidaría de sus hermanas. Pero a lo lejos, Ruby, la tortuguita, escuchó una música que le gustaba y se colocó una blusa de color rojo, un sombrero, una falda amplia y se puso sus tacones para ir a bailar, porque decía que le gustaba esa música que estaba sonando.
La tortuga Ruby

Cuando llegó al lugar de donde venía la música, se encontró que allí vivía un perro que se llamaba Franklin, el cual le dijo que él tenía mucha hambre y que si ella no había pasado por algún lugar adonde hubiera comida abundante.
Ella le dijo: "tranquilo amigo, yo te voy a ayudar a conseguir comida. Cuando tu dueño se ponga a comer me avisas". Así fue, cuando el señor José se iba a llevar un muslo de pollo a la boca, vino la tortuguita Ruby y le mordió el dedo gordo del pie.
Del dolor que le produjo la mordedura de la tortuga, soltó el muslo de pollo de inmediato, llegó el perro y se lo llevó corriendo para comérselo lejos porque tenía mucha hambre.
El señor José se puso a llorar; de inmediato su esposa, la señora María le preguntó que por qué daba tantos gritos. Él le mostró la herida que le había hecho la tortuguita y le pidió que llenara una olla grande con agua y la pusiera en el fogón a calentar para meter a la tortuguita dentro del agua caliente y poderla comer.
Después llegó el perro y escuchó que la señora María buscaba afanada a la tortuguita porque el agua ya estaba caliente, pero Franklin, el perro, sabía que matarían a su amiga la tortuguita Ruby por haberlo ayudado a conseguir comida.
Olfateó dónde se encontraba la tortuguita que se encontraba debajo de una cama y le dijo: "Sssssh..., no te preocupes, que cuando se acuesten yo te abro la puerta para que salgas".
Cuando oscureció la tortuguita Ruby salió y el perro se despidió de ella en la puerta.
La tortuguita tuvo mala suerte porque un señor que iba paseando por la calle la vio y la metió en un saco, pero como el perro vio que Ruby la tortuguita estaba en peligro, corrió muy deprisa y mordió en la nalga al señor.
Luego el señor soltó el saco y el perro Franklin ayudó a salir a Ruby, la tortuguita, del saco, cuando de pronto vieron que la mamá de la tortuguita venía, llamándola, junto con sus hermanitas.
La tortuguita Ruby le prometió a su mamá que la obedecería, ya que casi pierde la vida por desobedecerla. Y además, no había sido tan responsable dejando a sus hermanitas solitas.
FIN
Este cuento nos ha sido enviado por Alcira Ruby Londoño Velez, Colombia.

            

Todos somos diferentes.


Cuenta una historia de que varios animales decidieron abrir una escuela en el bosque. Se reunieron y empezaron a elegir las disciplinas que serian impartidas durante el curso.
El pájaro insistió en que la escuela tuviera un curso de vuelo. El pez, que la natación fuera también incluida en el currículo. La ardilla creía que la enseñanza de subir en perpendicular en los árboles era fundamental. El conejo quería, de todas formas, que la carrera fuera también incluida en el programa de disciplinas de la escuela.
Animales en el bosque

Y así siguieron los demás animales, sin saber que cometían un grande error. Todas las sugerencias fueron consideradas y aprobadas. Era obligatorio que todos los animales practicasen todas las disciplinas.
Al día siguiente, empezaron a poner en práctica el programa de estudios. Al principio, el conejo se salió magníficamente en la carrera; nadie corría con tanta velocidad como él.
Sin embargo, las dificultades y los problemas empezaron cuando el conejo se puso a aprender a volar. Lo pusieron en una rama de un árbol, y le ordenaron que saltara y volara.
El conejo saltó desde arriba, y el golpe fue tan grande que se rompió las dos piernas. No aprendió a volar, y además no pudo seguir corriendo como antes.
Al pájaro, que volaba y volaba como nadie, le obligaron a excavar agujeros como a un topo, pero claro, no lo consiguió.
Por el inmenso esfuerzo que tubo que hacer, acabó rompiendo su pico y sus asas, quedando muchos días sin poder volar. Todo por intentar hacer lo mismo que un topo.
La misma situación fue vivida por un pez, por una ardilla y un perro que no pudieron volar, saliendo todos heridos. Al final, la escuela tuvo que cerrar sus puertas.
¿Y saben por qué? Porque los animales llegaron a la conclusión de que todos somos diferentes. Cada uno tiene sus virtudes y también sus debilidades.
Un gato jamás ladrará como un perro, o nadará como un pez. No podemos obligar a que los demás sean, piensen, y hagan algunas cosas como nosotros. Lo que iremos conseguir con eso es que ellos sufran por no conseguir hacer algo de igual manera que nosotros, y por no hacer lo que realmente les gustan.
Debemos respetar las opiniones de los demás, así como sus capacidades y limitaciones. Si alguien es distinto a nosotros, no quiere decir que él sea mejor ni peor que nosotros. Es apenas alguien diferente a quien debemos respetar.
FIN
Este cuento nos fue enviado por Pablo Zevallos - Brasil

           El caracolillo Gustavillo.

Gustavillo era un caracolillo que vivía feliz en el fondo del mar; se mecía al ritmo de las corrientes marinas, reposaba en la arena, buscando algún rayo de sol y de vez en cuando daba sus paseos.

Un día un cangrejo le vio y le dijo:
- ¿Puedo vivir contigo?
Gustavillo se lo pensó dos veces y al final decidió ser, como un antepasado suyo un cangrejo ermitaño.


Cangrejo Gustavillo

Empezaron a vivir juntos el cangrejo dentro del caracol y al poco comenzaron los problemas: el cangrejo se metía las pinzas en la nariz, hacía ruidos cuando comía, no ayudaba en la limpieza...
Una mañana Gustavillo le dijo al cangrejo todo lo que no se debía hacer, con paciencia , explicándole que:
- Hurgarse en la nariz, es de mala educación y además puede hacer daño
- Se mastica siempre con la boca cerrada
- Hay siempre que colaborar en la limpieza y orden de dónde se vive
El cangrejo se quedó callado, salió de la casa y se perdió durante varios días.
Cuando volvió habló con Gustavillo y entre los dos juntitos hicieron una lista de las cosas que, para estar juntos, debían hacer para que todo funcionara bien.
A partir de ese momento se acoplaron a convivir juntos y fueron muy, muy felices, el cangrejo, daba a Gustavillo largos paseos y el caracolillo arropaba al cangrejo cuando había marea.
FIN
(Cuento enviado por Maria del Carmen Castillo - España

                 

  Daniel y las palabras mágicas

Te presento a Daniel, el gran mago de las palabras. El abuelo de Daniel es muy aventurero y este año le ha enviado desde un país sin nombre, por su cumpleaños, un regalo muy extraño: una caja llena de letras brillantes.

En una carta, su abuelo le dice que esas letras forman palabras amables que, si las regalas a los demás, pueden conseguir que las personas hagan muchas cosas: hacer reír al que está triste, llorar de alegría, entender cuando no entendemos, abrir el corazón a los demás, enseñarnos a escuchar sin hablar.
Abecedario

Daniel juega muy contento en su habitación, monta y desmonta palabras sin cesar.
Hay veces que las letras se unen solas para formar palabras fantásticas, imaginarias, y es que Daniel es mágico, es un mago de las palabras.
Lleva unos días preparando un regalo muy especial para aquellos que más quiere.
Es muy divertido ver la cara de mamá cuando descubre por la mañana un buenos días, preciosa debajo de la almohada; o cuando papá encuentra en su coche un te quiero de color azul.
Sus palabras son amables y bonitas, cortas, largas, que suenan bien y hacen sentir bien: gracias, te quiero, buenos días, por favor, lo siento, me gustas.
Daniel sabe que las palabras son poderosas y a él le gusta jugar con ellas y ver la cara de felicidad de la gente cuando las oye.
Sabe bien que las palabras amables son mágicas, son como llaves que te abren la puerta de los demás.
Porque si tú eres amable, todo es amable contigo. Y Daniel te pregunta: ¿quieres intentarlo tú y ser un mago de las palabras amables?
FIN
Cuento de Susanna Arjona Borrego, España.

                   Hace frío


El invierno es un viejito que tiene una barba blanca, llena de escarcha que le cuelga hasta el suelo. Donde camina deja un rastro de hielo que va tapando todo.

A veces trae más frío que de costumbre, como cuando sucedió esta historia: Hacía tanto, pero tanto frío, que los árboles parecían arbolitos de Navidad adornados con algodón. En uno de esos árboles vivían los Ardilla con sus cinco hijitos.

Ardilla solidaria
Papá y mamá habían juntado muchas ramitas suaves, plumas y hojas para armar un nido calientito para sus bebés, que nacerían en invierno.
Además, habían guardado tanta comida que podían pasar la temporada de frío como a ellos les gustaba: durmiendo abrazaditos hasta que llegara la primavera.
Un día, la nieve caía en suaves copos que parecían maripositas blancas danzando a la vez que se amontonaban sobre las ramas de los árboles y sobre el piso, y todo el bosque parecía un gran cucurucho de helado de crema en medio del silencio y la paz. ¡Brrrmmm!
Y entonces, un horrible ruido despertó a los que hibernaban: ¡una máquina inmensa avanzaba destrozando las plantas, volteando los árboles y dejando sin casa y sin abrigo a los animalitos que despertaban aterrados y corrían hacia cualquier lado, tratando de salvar a sus hijitos!
Papá Ardilla abrió la puerta de su nido y vio el terror de sus vecinos. No quería que sus hijitos se asustaran, así que volvió a cerrar y se puso a roncar.
Sus ronquidos eran más fuertes que el tronar de la máquina y sus bebés no despertaron. Mamá Ardilla le preguntó, preocupada:
-¿Qué pasa afuera?-
- No te preocupes y sigue durmiendo, que nuestro árbol es el más grande y fuerte del bosque y no nos va a pasar nada- le contestó.
Pero Mamá Ardilla no podía quedarse tranquila sabiendo que sus vecinos tenían dificultades. Insistió:
- Debemos ayudar a nuestros amigos: tenemos espacio y comida para compartir con los que más lo necesiten. ¿Para qué vamos a guardar tanto, mientras ellos pierden a sus familias por no tener nada?-
Papá Ardilla dejó de roncar; miró a sus hijitos durmiendo calientitos y a Mamá Ardilla. Se paró en su cama de hojas y le dio un beso grande en la nariz a la dulce Mamá Ardilla y ¡corrió a ayudar a sus vecinos!.
En un ratito, el inmenso roble del bosque estaba lleno de animalitos que se refugiaron felices en él. El calor de todos hizo que se derritiera la nieve acumulada sobre las ramas y se llenara de flores. ¡Parecía que había llegado la primavera en medio del invierno!.
Los pajaritos cantaron felices: ahora tenían dónde guardar a sus pichoncitos, protegidos de la nieve y del frío. Así, gracias a la ayuda de los Ardilla se salvaron todas las familias de sus vecinos y vivieron contentos.
Durmieron todos abrazaditos hasta que llegara en serio la primavera, el aire estuviera calientito, y hubiera comida y agua en abundancia.
FIN
Cuento de Teresa del Valle Drube, Argentina.